Esta nota fue publicada por el Diario Perfil del domingo 2 de febrero de 2014
Si bien la verdadera situación del sector eléctrico
argentino se pone de manifiesto frente a la opinión pública cuando su gravedad
obliga a disponer cortes masivos de energía en todo el país, la crisis se viene
gestando desde hace años. En efecto, la
confiabilidad del sector eléctrico es hoy muy baja cuando, hasta el 2002, la
calidad y seguridad de suministro era muy buena. Hoy, las autoridades tienen que recurrir a
los cortes eléctricos similares a los del año 1989 porque las reducciones que
en forma sistemática desde hace años en los picos de demanda son aplicadas
forzosamente a la industria ya no alcanzan a disimular el problema.
Sumado a ello, la inflación y los grandes desembolsos de
divisas por compras de fueloil y Gas Natural Líquido plantean con toda crudeza
la necesidad de que el Estado equilibre sus cuentas y termine con las fuertes
transferencias de fondos desde el Tesoro hacia CAMMESA y ENARSA, mostrando así
la crisis estructural de la industria eléctrica y haciendo evidente que el
Estado no puede más.
Al ser una industria que requiere grandes inversiones de
capital, necesita estabilidad de reglas y condiciones a largo plazo. De ahí que es incomprensible que se amenace a
ciertas licenciatarias con el “fantasma” de la re-estatización como si ello
produjera “mágicamente” el dinero fresco que hace falta para readecuar la
industria. Es un clásico Gatopardismo
argentino que se puede cambiar la titularidad del propietario pero que no
soluciona la falta de ingresos genuinos en el sector. En cambio, el gobierno
debería considerar alternativas para que el sector eléctrico alcance el
autofinanciamiento a largo plazo.
El servicio de electricidad, en Capital Federal y Gran
Buenos Aires, está en manos de privados
desde 1992, pero la injerencia del Estado ha sido tan grande desde la crisis
del 2002 que sería ingenuo creer que la situación actual del sistema eléctrico
es culpa de las privatizaciones de los 90´s.
De ninguna manera la privatización fue considerada como una opción
mágica, que aplicada en forma aislada contaba con razonables posibilidades de
corregir distorsiones estructurales sin hacer las millonarias erogaciones que
se han hecho. Pero en aquel entonces se
dictaron leyes y reglamentos que posibilitaron la readecuación energética. En
aquella época el país se dio el lujo de hacer disputar a los más capaces de la
industria eléctrica en el mundo y le otorgó la concesión a aquellos que más
ofrecían a través de procedimientos de selección transparentes y
competitivos. Es más, hasta el Banco
Mundial le solicitó al país dar conferencias hasta en la India sobre aquella
transformación y sus resultados.
Hoy, la generación de electricidad es claramente
insuficiente. Por ejemplo, la demanda
máxima registrada el pasado 23 de diciembre fue de 23.794 mega watts (MW), con
una temperatura de 34.5°, ya se habían
desconectado muchos grandes usuarios y había cortes de suministro en varios
lugares de Capital y Gran Buenos Aires.
Cualquier contingencia de generación o de transporte en alta tensión
hubiera resultado en un colapso generalizado en todo el país. Las posibilidades de ocurrencia eran y siguen
siendo ciertas. Idéntica situación se
produjo el pasado viernes 17 de enero cuando la demanda máxima fue de 23.978
MW, con una temperatura de 35.7º, pese a
que para ese entonces las importaciones de electricidad desde Uruguay se habían
casi duplicado de 334 MW a 600 MW.
¿Qué ha sucedido desde el 2002 hasta ahora?
Observemos la evolución de la demanda máxima de electricidad y
comparémosla con las incorporaciones de nueva generación térmica. Vamos a ver que desde 1992 hasta el 2003
ambas crecieron al unísono, la demanda máxima en 5.324 MW y la nueva generación
térmica en 6863 MW. Lamentablemente,
durante la última década, la demanda creció en 9.435 MW mientras que la nueva
generación térmica en sólo 4.958 MW. Las
centrales hidroeléctricas tienen plazos largos de construcción, pero con la
ventaja de que el combustible es el agua del río que utiliza. Hasta el 2003 construimos 3.351 MW
hidráulicos mientras que en los siguientes 10 años sólo 253 MW.
Estas observaciones responden muchas de las preguntas que se
hace la gente cuando le “cortan la luz” en sus casas o los empresarios cuando
pierden producción y ventas.
¿Por qué no invertir más en generación? En estos 21 años la rentabilidad sobre los
activos (ROA) de generación térmica e hidráulica fue negativa de
aproximadamente -1,8% en promedio cada año.
En los primeros once años hasta el 2002 fue positiva +4,4% mientras que
en los siguientes diez años hasta el 2012 fue negativa de -7,5%. La producción o generación de electricidad es
considerada una actividad apta para ser explotada con amplia libertad por capitales
privados de riesgo. Se entiende entonces
por qué es tan difícil convencer a quienes tienen el capital a que financien
expansiones en generación teniendo en cuenta estos magros indicadores.
Las actividades que constituyen monopolios naturales como la
distribución eléctrica, en Capital Federal y Gran Buenos Aires son
desarrolladas por operadores privados y reguladas por el Estado a través del
ENRE para garantizar una adecuada protección al consumidor. Se fijó una tarifa base que pueden cobrar al
usuario, vigilando que las concesionarias no obtengan una rentabilidad excesiva
y un régimen de control de calidad servicio técnico (frecuencia y duración de
las interrupciones) y de calidad del producto técnico (nivel de tensión y
perturbaciones). Es decir, que las
empresas ofertaron un canon por la tarifa que le podían cobrar a un número de
usuarios cautivos, pero a los que debían darles una determinada calidad de
servicio (sin cortes) y de producto (220/380V reales). Las fallas de las empresas las pagaron en
multas. En total hasta 2011 el ENRE
informó haber multado a las concesionarias bajo su control en $568 millones.
¿Por qué no invertir más en distribución? En estos 21 años la rentabilidad sobre los
activos (ROA) de distribución fue negativa de aproximadamente -6,2% en promedio
cada año. En los primeros once años
hasta el 2002 fue positiva +3,9% mientras que en los siguientes diez años hasta
el 2012 fue negativa de -15,4%. La
distribución de electricidad es un monopolio natural pero requiere estabilidad
en las reglas de juego. Los activos de
una distribuidora lo constituyen principalmente, cables enterrados, cámaras
transformadoras y subestaciones que tienen un alto costo y un período de
amortización mayor a 50 años. La falta
de adecuación de los ingresos de las distribuidoras repercute en la calidad del
servicio que pueden prestar ya que lo primero que se paga en esas compañías son
los sueldos del personal y los impuestos.
Como dije al principio, los problemas del sector eléctrico
son económicos y recuerdo lo que en su momento escribí en 2004 y vengo reiterando
desde entonces: cuando estaban la Chade y la Italo (empresas privadas), el gobierno de
ese entonces no les dio tarifas retributivas y terminamos en Agua y Energía y
SEGBA. Como tampoco el gobierno de turno les dio tarifas acordes pasamos por
los cortes de 1989. Luego, en 1992, tuvimos que privatizarlas por falta de
capital de inversión.
Esto comprueba que la titularidad de las compañías no es el problema,
sino que se cumpla la ley. Para esto mismo sugiero el camino de volver a las
condiciones de funcionamiento del sector adecuando gradualmente los cuadros
tarifarios, privilegiando los sectores de menores recursos y reestableciendo la
sanción de precios libres en el Mercado Mayorista Eléctrico.